A mediados de los noventa llegó de Estados Unidos el rumor de una plaga que llegaría a nuestras empresas: el «coaching». Un nombre que tuvimos que buscar en el diccionario y que aún nos sorprendió más cuando el significado de esta palabra resultó ser «entrenador».
¡Ya sólo nos faltaba esto!. Que viniera de fuera un «entrenador» que nos dijera a nosotros, que hace años que estamos al frente de la empresa, cómo teníamos que hacer las cosas. Esto, pensábamos, era por estas multinacionales que venían del extranjero llenas de «yuppies» y que no entendían de territorio o del carácter de nuestros encargados, jefes de fábrica y, mucho menos, de nuestras tradiciones. Pero llegó el nuevo siglo y con él toda una revolución comunicativa, social y global. Lo que nuestros abuelos y nuestros padres aplicaban en la gestión de la empresa empezaba a tambalearse.
De repente, nos veíamos obligados a salir de nuestra zona de confort y salir adelante no siempre era fácil. El humanismo imperaba sobre el capitalismo: Nuestra manera de liderar se veía forzosamente empujada hacia una nueva manera de hacer. La madera noble de los despachos cambiaba por muebles suecos y nosotros teníamos que potenciar las habilidades y competencias de nuestros trabajadores para ser más productivos.
En las asociaciones de empresarios iban proliferando las charlas y monólogos sobre coaching hechas por personajes surgidos del campo de la psicología o de la alta dirección. Hablaban de cosas que nos hacían pensar… había quien incluso hablaba de emociones en la empresa y nos daban consejos para rentabilizar nuestro capital humano y alcanzar de manera más eficaz nuestros objetivos.
Todavía reticentes, los empezamos a invitar a nuestras empresas y de repente, una especie de «Pepito Grillo» resonaba en nuestras conciencias y nos enseñaba donde estaba escondida nuestra propia caja de herramientas para salir adelante en momentos difíciles… y cuando nosotros mismos no alcanzábamos la solución, nos proporcionaba herramientas que se sacaba de una maleta que nos hacían ser mejores y más eficaces. Nos hacía salir de la zona de confort, nos hacía hacer frente a nuestros miedos y nos ayudaba a mejorar nuestro liderazgo sin dejar de ser quien somos, sin grandes inversiones, explotando nuestro propio capital: el humano.
Aquella plaga se ha convertido ahora en una figura imprescindible para llegar a donde queremos para ser más competitivos y conseguir recorrer el camino de la empresa que proyectamos.
¡Pon un coach en tu empresa!
Marta Torra i Llorens es psicóloga y coach en Witte y Solà desde el año 2013.
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